El leve olor del ruido



Lleva años en este su lugar, el mismo en que pasa uno a uno los días de la vida. ¡Si!, nunca se ausenta, ni siquiera un domingo o un festivo, no tiene que ir a otro, nació para este lugar, sin pedirlo, sin decidirlo… Como nacen muchos de los individuos de esta ciudad. - Olvidados - si olvidados del cariño de los padres, olvidados de una niñez, olvidados de la protección. Figura impresa en un paisaje de urbe calidamente contaminado; nacido para ser olvidado, condenado al cotidiano limbo de la indeferencia. Lleva años aquí, contando la medida exacta de cada uno de ellos; el primero el más duro, el del empezar mantenerse aunque se sea débil e inexperto; ya el segundo, tercero, cuarto, quinto… cincuenta y seis, cincuenta y siete años, siguen bajo la cadencia que se le impone a la sinfonía secular del tiempo, con su medida exacta, los silencios, el tiempo de blanca, el tiempo de corchea, de negra, fusa, semifusa, compuestos y encadenados por la rutinaria costumbre.


El despertar de esta mañana con el aire pintado de blanco, aquel blanco tan frío que consume la llama que mantiene. Ambiente de la sabana de miles de colores y sonidos que huelen a asfalto, a caolín, a cemento, a carburantes y aceites, a miles de pieles que humedece el aire en el fragor de su esencia, para sentirlo en cada esquina, anden, plaza, parque, monumento de Bogotá, ciudad de paisaje irregular, cómplice de su caos ordenado y donde converge el éxtasis de la vida contemporánea ferozmente rápida o lenta… Si muy rápido esta mañana, en donde él sigue ahí, en el mismo lugar ¿A donde iría?, este es su sitio el conocido, puede ser una calle, una plaza, un parque, la ciudad entera. La reconoce desde hace cincuenta y siete años, aunque nunca la haya visto ni oído ni caminado dificultad heredada del rigor natural. Viene a él, a sentirse placidamente como objeto de su memoria, tal vez casual, figurado o abstracto. Cada mañana es diferente y su única herramienta para descifrarlo es oler… y oler… y oler… Más profundo, más leve… Tal vez el olfato se vuelve obsoleto a los cincuenta y siete años, pues la urbe se siente diferente que en los primeros años, hoy después de cincuenta y siete años se pierde el uno a uno del quizás segundo, minuto, fracción de lo que llamamos tiempo; con la velocidad del estar acá o allá, simplemente se va como si nunca hubiese existido. Quizás sea así porque se hace difícil catalogar cada esencia, olor, son miles de miles las que se sienten en el momento de un respiro, que llega más rápido y más rápido aún más que la luz o el sonido, se navega por un río caudaloso a contra corriente de sensaciones divergentes, fragancia de esta ciudad, fragmentada por su historia en periodos que inscribieron su huellas por sus calles dejando su frugal rastro; rastros acumulados que hoy son un lenguaje momificado.


El día lleva su ritmo en azules sin dejar nada, tan solo la sensación de estar ¡ahí!. Que de nada sirve, al día siguiente será igual y el siguiente y el siguiente cada uno con una esperanza diferente, la que lo mantiene erguido consumiendo el almíbar del sol por cada milímetro cuadrado de su esbeltez, desde la aurora al ocaso y en la noche refugiarse en la vetustez de la calle que se hace fría sin medida, y desgasta el almíbar; hasta quedar a su merced dolorosa y agobiante, contando cada uno de los segundos que lo llevara de nuevo a la aurora; aurora que hoy llegará tarde; o no llegará mas a su cita puntual a la que nunca a fallado en todos los días que pueden contar cincuenta y siete años, estos que son todos sus días y que hoy ya no quieren ser más. El movimiento leve del piso hace que despierte aun sin despertar y una escalofriante sensación recorra su cuerpo labrado por las arrugas. Se hace inquietante el instante, tal vez un camión muy pesado que hizo temblar su morada, quizás el recolector de basuras, o uno de esos que entrega sus mercancías aprovechando que el tráfico duerme. Pero no cesa por el contrario aumenta levemente, ya después de dos suspiros preocupa; suspiros que se ahogan en el rocío intenso que acompaña la muerte de la noche, haciéndola aún más fría, vacía y dolorosa. Llueve, llueve cada vez más fuerte tanto que el agua toca todo, nada se escapa ni siquiera el aire; que esta tan mojado como la lluvia, azotando su pesadez venida de la ligera exudación del trópico, contra su andén, aquella morada entrañable, la de los días y las noches eternos, su público refugio intimo. El olor del momento es confuso, los pocos espectadores de la calle que transitaban en medio de la noche desprevenida, ahora corren buscando asilo bajo la sorpresa de la toma del lugar por parte de lluvia; es un ataque sorpresa planeado, una emboscada que aterroriza.
Y el sigue ahí sintiendo el leve movimiento del suelo, estupefacto en la escena que advierte el fin, exhalando un grito mudo, que se ahoga antes de salir pues el temblor se hace presente sin que nadie mas que él de cuenta y sea tarde para todos; los que duermen soñando de la mano de la noche en sus nidos construidos para protegerlos, y los que despiertos deambulan por estas calles soñando el nido protector. Tarde ¡ya! el suelo se mueve como despertando de un sueño medido, exacto, floral y renovador y todo cae con la cadencia que marca la lluvia de la que huían algunos, todo cae hasta los nidos subterráneos, las calles, las plazas, los parques; caen para quebrarse y llenar el todo con un collage de sus retazos, todo se mezcla en un instante, en la fracción de tiempo para venir a el como la última exhalación de vida.
Todo cae, hasta él que ahora yace derribado y húmedo, en aquella calle que ya no lo es, que lo mantuvo por los cincuenta y siete años de su vida y que ve como entrega su vida al igual que la ciudad a la dependencia de su suelo, su raíz sin sustento, sin tacto, sin lúpulo, expuesta como nunca, como por siempre el follaje de sus ramas, que ahora encuentra el tacto de la hoja al caer su tronco en aquel andén deconstruido. Para este momento el olor del ruido ya no es el cotidiano, es tan leve como el olor de la vida después de la muerte, que se va con el ocaso de la noche.….…


JOAN SOLAR SAGRAV

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